jueves, 26 de diciembre de 2013

Ya vienen los Reyes… o no

Los diez días más tontos del año son los que van del 26 de diciembre al 5 de enero. Semana y media improductiva en la que España se recoge sobre sí misma y se echa a la bartola. Lo mismo, según están las cosas, hasta nos viene bien y todo. Creo que somos el único país del mundo que hace una parada en boxes tan larga. En Alemania, por ejemplo, el día 27 recogen los adornos navideños, empiezan las rebajas y, tras el breve pero intenso juergón de Nochevieja, se meten a fondo en el nuevo año. Algo similar por no decir idéntico sucede en Estados Unidos y en casi todo el mundo civilizado. La excepción, como no, tenía que ser España, un país mucho más especial de lo que nos imaginamos.

Hasta nunca Público

Esta columna fue publicada en la edición web de La Gaceta el 24 de febrero de 2012. Remarco lo de edición web de La Gaceta porque nunca fue llevada al papel. El director de entonces, Carlos Dávila, se negó en redondo, y por escribirla me llevé una reprimenda de Maite Alfageme, la subdirectora. La cosa quedó ahí. En aquellos días la web y el papel de La Gaceta eran, a todos los efectos, dos periódicos diferentes. Escribí la columna a la hora del cierre, a eso de las ocho de la tarde, según me enteré de que Público había chapado, en caliente, como se deben hacer estas cosas.

Todos lo esperaban, durante el mes de febrero de 2012, los problemas económicos que atravesaba el diario Público, la cabecera por antonomasia del zapaterismo, eran la comidilla del sector. Sus empleados tuvieron la suerte de que la empresa editora acabó pronto con el calvario y, después de unas pocas semanas de idas y venidas, decidió cerrar la edición de papel. Público siguió existiendo y, según me consta de primera mano, goza de extraordinaria salud. Me alegro por ellos, por quienes lo hacen, del mismo modo que me alegré entonces de que la edición de papel cerrase. Era lógico que así fuese. Público me había puesto una demanda dos años antes por sentir menoscabo en su "derecho al honor", como si las empresas pudiesen gastar de eso. Demandaron al que suscribe y a Elentir. El asunto terminó hace ya tiempo con una victoria del sentido común. Elentir, que peleó en los tribunales hasta el final, ganó el juicio. No nos engañemos, cualquiera en mi lugar o en el de Elentir hubiera descorchado una botella de cava.

No me arrepiento de escribir esto, por eso lo reproduzco aquí, en mi página web, ahora que la dirección de La Gaceta ha decidido retirar el texto del servidor. No sé muy bien lo que ganan tratando de esconder lo inocultable, pero bueno, es su periódico y ellos deciden lo que hacer con él. Suscribo palabra por palabra lo que escribí entonces. No iba contra quienes lo hacían día a día, sino contra el editor del periódico, Jaume Roures, un ser por el que siento un desprecio ilimitado. Aquí la tienen. Lean y juzguen por ustedes mismos.


martes, 24 de diciembre de 2013

Papichulía y madelmanato

Lleva cinco años la gente preguntándose por qué llevamos cinco años en crisis y nos quedan otros cinco años para salir de ella. Diez años en total que nos van a dejar baldados. España, como decía Alfonso Guerra cuando la hambrienta tropa felipoide se aupó a la poltrona, no la va a conocer ni la madre que la parió. La España de 2020 será otro planeta. Los que recuerden los años de vino y rosas lo harán como aquellos poetas franceses que, en plena invasión nazi, rememoraban la Belle Epoque como la edad de la inocencia, un tiempo perdido, irrecuperable, envuelto en las brumas de la niñez.

jueves, 19 de diciembre de 2013

La consulta

Que la gente vote es siempre bueno. La genuina democracia consiste precisamente en eso. En España, sin embargo, apenas hay referéndums. Así, a bote pronto, yo solo recuerdo dos. El de la OTAN, que se celebró cuando era niño y lo ganó el Gobierno, y del la Constitución europea, que convocó Zapatero ad maiorem politicastri gloria y también lo ganó el Gobierno. En la prehistoria del régimen hubo un par de referéndums más de los que no tengo recuerdo –el de la reforma política y el de la Constitución–, ganados ambos por el Gobierno. Aquí el que manda siempre gana porque juega con ventaja. Pregunta poco, lo hace con trampa y luego pone toda la máquina propagandística a funcionar para salirse con la suya.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Receso constitucional

Hace cuarenta años, cuando el régimen de Franco daba sus últimas boqueadas, nadie sabía a ciencia cierta qué suerte deparaba el futuro. Los capitostes, muchos, casi todos, se ponían en fila para estar bien colocados ante el hecho biológico, que es como se dio en llamar entonces a que el centinela de Occidente estirase la pata. El franquismo era muy de verbo inflamado. Ahí tenemos los primeros textos de Haro Tecglen, transidos de patriotismo sublimado y espiritualidad cursi, o las canciones de Víctor Manuel, que iban de lo mismo pero con regustillo a película de frailes. Hoy las cosas no han cambiado tanto. Todos, o casi, saben que se va acabando lo que se daba, que en el régimen del 78 empieza a no creer nadie y, claro, hay que colocarse de nuevo para seguir viviendo del cuento.


Las celebraciones de la semana pasada en torno al día de la Constitución fueron quizá las más frías y distantes desde que se conmemora este aniversario. Lo cierto es que nuestra Constitución no es muy vieja, tiene sólo 35 años a sus espaldas, que es nada frente a los 224 que lleva la norteamericana en vigor. Hay diferencias que explican la longevidad de la segunda y el malvivir de la primera. La más visible es la longitud. A los yanquis les ha ido de maravilla con sólo siete artículos que luego han ido actualizando con 27 enmiendas. A los padres de nuestra carta magna les hicieron falta 169 artículos más preámbulo, final y un puñado de disposiciones adicionales, transitorias y la derogatoria de todo lo anterior.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Hay CIS para rato

El barómetro del CIS viene a ser hoy en España lo que fue el oráculo de Delfos en la antigua Grecia. A este santuario, que era algo así como el Vaticano del viejo mundo, acudían contritos los gobernantes para conocer de primera mano los designios de los dioses. En aquella época y en todas las que les siguieron hasta nuestros pecadores y descreídos días, las cosas no pasaban por casualidad. El orden del cosmos venía dado desde arriba. Los dioses intervenían en el acontecer de las cosas del mundo, por lo que sólo cabía impetrar clemencia y estar a bien con ellos. Hoy ya nadie cree en los dioses, como mucho en Dios y dando gracias. Los políticos, de hecho, son los que menos creen. Saben que están ahí no por voluntad divina, sino porque se las han apañado para clientelizar suficientes bocas y engañar a un mayor número de bobos que el adversario. Hoy, en definitiva, se manda cuando se ha ganado previamente la batalla de la opinión pública, que eso y no otra cosa son las democracias modernas.