lunes, 29 de agosto de 2016

Popular ciudadanocracia

En el último año hemos pasado por dos citas electorales y dos grandes pactos entre partidos cuyo parto vino precedido de agotadoras negociaciones a contrarreloj. Las elecciones, las de diciembre y las de junio, son el símbolo de que el antiguo sistema del turno está ya roto. Los pactos, por su parte, son el símbolo de que, pese a las siglas, solo hay un gran partido en España, partido en el sentido más estricto del término: el partido socialdemócrata. PP, PSOE y Ciudadanos tocan la misma partitura, pero en diferente tonalidad. El PP lo interpreta en mi mayor, el PSOE mi menor y Ciudadanos en si más todos los bemoles que hagan falta. Porque el partido de Albert Rivera nació para decir sí. Y es exactamente lo que viene diciendo desde hace ocho meses.

Las semejanzas entre el acuerdo PSOE-Ciudadanos del 24 de febrero y el que suscribieron ayer PP y Ciudadanos son tantas que asusta. No voy a entrar en demasiados detalles porque son muchos puntos, tantos como 150 en un documento de 44 páginas. El de febrero tenía 110 puntos en 67 páginas. Tampoco me voy a poner tremendo porque estos acuerdos no saben de ideas, son simple política y a los afanes puntuales de la política se deben. A fin de cuentas, el papel lo aguanta todo, y más cuando se da rienda suelta a la verborrea de los políticos, que es el caso en ambos acuerdos.

En líneas generales los 150 puntos del acuerdo firmado entre PP y Ciudadanos son muy parecidos a los 110 del pacto "del abrazo" oficializado por Sánchez y Rivera con mucha pompa en la sala Constitucional del Congreso. En parte porque buscan a propósito la complicidad del PSOE y en parte porque el contenido del acuerdo es reflejo de lo que tanto populares como ciudadanos realmente piensan. Quien pretendiese medidas liberales tendrá que esperar a la próxima vida o, directamente, cambiar de país. El liberalismo posible en España es poco, incluso entre los partidos que dicen representar el voto liberal.

Con el documento del acuerdo en la mano nos encontramos, por ejemplo, con que están a partir un piñón en casi todo, especialmente en lo que no podemos pagar o, mejor dicho, en lo que se pagará (si es que se paga) con cargo a déficit y a nuevos impuestos. El plan de gasto extraordinario, que se cifra en unos 8.000 millones de euros más, posiblemente sea un ladrido a la Luna dirigido a engatusar a los barones del PSOE, pero que nos permite vislumbrar por donde va la cosa. Es decir, al final se gastará lo que se pueda gastar, que será poco porque el margen de endeudamiento del próximo Gobierno es ya muy reducido. El rapapolvo que le cayó este verano a Guindos en Bruselas aletea por encima de los dos primeros epígrafes del pacto ("crecimiento económico, competitividad y empleo", y "sociedad del bienestar y del conocimiento"). La capacidad de maniobra del Ejecutivo está muy mermada. Con incumplimientos de déficit encadenados año tras año no puede presentarse con un dato negativo el año próximo. Esto es así aunque no lo confiesen. Quizá por eso los números no les cuadran. Simplemente no hace falta que cuadren porque todo se quedará en papel mojado.

En todo lo demás la tónica es la misma. Vaporosas intenciones que se traducen en la sobreabundancia de expresiones como "articular un sistema de...", "establecer fórmulas para...", "introducir mecanismos de...", "profundizar en..." o "promover un...".  Tenían que llenar papel y abarcar todo lo abarcable para que hoy lunes se hablase del tema. Y, ya de paso, para que el PSOE se pronuncie al respeto. Es política, solo política y nada más que política. Es un pacto que no gustará a nadie pero es el que todos firmarían. Y no hay mucho más que añadir.

Más todavía cuando el pacto contempla guiños explícitos al PSOE como la paralización de la LOMCE, la supresión del impuesto al sol, la dación en pago, el complemento salarial para los sueldos más bajos o la ley de dependencia. Sánchez va a decir que no y, de hecho, ya ha dicho que no, entre otras cosas porque el no es la posición política que este hombre ha elegido desde la noche del 26 de junio. Porque el no de Sánchez no es un no programático, es un no político. El mismo no político de Rajoy en la votación de investidura del 2 de marzo.

Si por programa fuese ya se habrían puesto de acuerdo hace mucho tiempo y hoy tendríamos una gran coalición a la alemana con Rajoy de presidente, Sánchez en la vicepresidencia y Rivera aparcado en Exteriores para ir paseando su encantadora sonrisa por el ancho mundo. Pero por ese camino no quisieron transitar y en estas estamos. El próximo 25 de septiembre hay elecciones regionales en el País Vasco y Galicia. Ahí se decidirá algo más que las cámaras autonómicas. O lo mismo no se decide nada y tenemos que ir a nuevas elecciones de las que saldrán nuevos pactos iguales o muy parecidos a este.  

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